ELOGIO
La familia, sí. Palabra contradictoria, enorme en sus
significados, oterradora' y hermoso al mismo tiempo.
Durante muchos años me quejé y despotriqué? de la
familia latina, de ese núcleo de convivencia lan pega-
s joso, del cariño y el odio que nos tenemos, de cómo
los españoles no sabemos vivir, por lo general, sin estar
entrañados con nuestra reata de sangre. Y, en mi
juventud, envidié el desprendimiento de los anglo-
sajones, su ligereza a la hora de volar del nido, su
10 facilidad
para desengancharse*. Tuve que cumplir los
treinta, residir un tiempo en Estados Unidos e impartir
clase alli en la universidad, para darme cuenta de los
estragos' psíquicos que ese distanciamiento familiar
había provocado en mis alumnos. Al cabo aprendi
15 que, puestos a pagar un precio (siempre se pogo),
prefería el exceso emocional de la familia latina a la
frialdad
У la enloquecedora ausencia de la anglo-
sajona. Cuando te peleas contra el otro (los padres,
los hermanos) te construyes. Pero cuando no existe el
20 otro, cuando nadie te refleja ni te limita, es el abismo.
Por no hablar de lo que esto supone en cuanto a cohesión
social España, con su enorme porcentaje de parades'
sigue siendo uno de los países con menos vagabundos
callejeros, porque las familias se aprielan y acogen en
23 sus casas a aquellos que lo han perdido todo.
Rosa Montero, El País Semanal,
2011
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